martes, 10 de junio de 2014

CRÓNICA DE UN ABORTO.



Han pasado ya dos años desde el aborto y todavía recuerdo perfectamente la sensación que tuve cuando mis compañeras de piso aparecieron, con la cara descompuesta y un predictor en la mano, en mi cuarto. En ese momento el tiempo se detuvo. Se hizo un silencio y comencé a llorar. Lloré durante 10 minutos preguntándome una y otra vez “pero, ¿por qué a mí? Si yo he hecho las cosas bien…” Dejé de llorar y de lamentarme, me vestí y en compañía de mis compañeras me acerqué al centro de salud. Yo estaba en shock. No podía pensar, no podía hablar. Pero la decisión estaba tomada. Puedo alegar muchísimos motivos: económicos, inestabilidad laboral, inestabilidad sentimental, demasiado joven… pero aborté simplemente porque no quería tener un niño/a en ese momento. Aunque hubiese tenido un trabajo estable, solvencia económica, pareja estable o edad suficiente, no lo hubiese tenido. No. No quiero. No lo quiero. No hay más razón que esa. A partir de la entrada en vigor de la nueva ley de Gallardón, esta razón no valdrá. Sólo podrás abortar si te han violado (y has puesto una denuncia) o corres grave peligro físico o psíquico para ti. Es decir, la única vía que tenemos las mujeres si nos quedamos embarazadas y no queremos tenerlo es autoproclamarnos locas para que 2 o 3 médicos nos den el visto bueno para practicar un aborto. Tu decisión no cuenta.
 
La verdad que bajo la ley del PSOE, con la que soy muy crítica en muchos aspectos, este asunto, el de los plazos sin dar explicaciones, es algo muy positivo. ¿Os imagináis cómo debe ser el autoproclamarte loca, trastornada o desequilibrada? Con todo lo que estas pasando (quedarte embarazada es una gran putada si no lo quieres tener) encima añádele todo este laberinto de médicos, psicólogos, burocracia, tiempos de reflexión… A veces me pregunto si lo que quieren es jodernos, a nosotras, las mujeres.

Pero bueno, para mí, como digo, este paso fue relativamente sencillo. Cogí cita, le comentamos a la doctora lo que había sucedido y me dio un volante para que me vea el trabajador social. Sí, parece ser que un trabajador/a social tiene que comprobar no se muy bien el qué de mí. Digamos que este es el único paso incomodo de “dar explicaciones” que hay que pasar bajo la actual ley del PSOE. ¡Ah, sí! ¡Se me olvidaba! Tenía que pasar un plazo de tres días de reflexión. Pero ¿Qué coño voy a reflexionar? ¿Qué os creéis, que no tenía meditada la decisión? Y vamos sumando días… días en que sabes que estás embarazada y la carga emocional que eso conlleva. Por lo menos para mí.

A los tres días con los deberes hechos (reflexionar y reflexionar y reflexionar y cagarme en los muertos de todo el mundo) acudimos, mis compañeras y yo, a la cita con el trabajador social. Nos sentamos las tres. El tío no entendía por qué íbamos todas juntas como las familias gitanas. No hace falta que explique la ansiedad, el miedo, el shock en que me encontraba en esos días ¿no?

La conversación, o más bien, sermón, comenzó con la pregunta “pero ¿qué es lo que ha pasado? Ahora es el momento para que reflexiones sobre lo que has hecho…” Buffffff, lo que me faltaba ya!!! Y ahora a justificarme. Al final tuve que dar explicaciones. ¿De verdad que le tengo que contar a ese señor que el condón se me quedó dentro pero que el tío no se corrió por lo que no le di mayor importancia? Entonces se me cambió la cara y me armé de valor para contestarle que a mis 27 años ya soy mayorcita para sermones. Al final me dio los papeles que necesitaba y el número de teléfono del centro donde practicaban los abortos para que pidiese cita. Llamo y me dan día y hora:
  • ¿y no hay un hueco antes? Mire usted…
  • No, lo siento.
  • Bueno, vale.
¡¡¡Diez días!!! ¡¡Me dieron cita para dentro de diez días!! ¡¡Sumando los tres días de reflexión, ya van dos semanas!! Dos semanas en casa, sabiendo mi estado. Para mí eso fue lo peor de todo. Pero ¿cómo se puede tener a una persona dos semanas así? No comía, no dormía, no me levantaba del sillón. Estaba triste, nerviosa, asustada… pero bueno, como pude fui pasando esas dos semanas.

Llega el día. ¿A dónde ir? ¿Al hospital? No. A una clínica privada del Puerto de Santa María que es dónde te deriva la seguridad social. Yo quería ir al Puerta del Mar o a algún hospital de la sanidad pública pero al parecer ahí no practican abortos. Por eso cuando las feministas reivindicamos que el aborto sea libre y gratuito añadimos: ¡y en la sanidad pública!, porque la realidad es que te derivan a clínicas privadas o “mataderos”, como las llamo yo.

Y ahora viene la parte en la que describo cómo es ese infierno de “clínicas”.
Cogemos el coche mis amigas y yo. ¿Cuántas éramos? Creo que éramos 4. Aprovecho esta carta para agradecer a mis compañeras, amigas y hermanas el apoyo moral de esos días y todo lo que me cuidaron. Ellas lo saben, pero lo vuelvo a repetir por aquí. No estuve sola en ningún momento. Mi familia obviamente no sabía ni sabe nada. Me hubiesen obligado a tenerlo o me hubiesen retirado la palabra. Para ellos esto, aparte de un asesinato, es un pecado.

Total, que llegamos a la clínica y empiezan los trámites: papeleo, fichas, cuestionarios, encuestas, etc. Que si tengo estudios, que si me llevo bien con mi familia, que si tengo pareja… ¿Qué quieren datos cualitativos y cuantitativos de mujeres que abortan? Bueno, lo querrán para sus estadísticas pero ¿es necesario hacérmelo antes de abrirme las piernas y clavarme una jeringuilla de 20 cm de longitud en el útero? ¿No hay otro momento? ¿De verdad os importa el bienestar psicológico de la mujer?

Si algo tengo que destacar de estas clínicas es su falta de humanidad. Tratan a las mujeres como números, una detrás de otra van pasando por el matadero para “solucionar” su “problema”. Da igual que llores, que preguntes qué te van a hacer. Ahí todo es rápido. Una encuesta, un valium, una ecografía y por fin te sientas en el potro. Sin explicarte, sin sentarse a hablar contigo, sin darte apoyo. Las chavalinas iban saliendo de esa puerta gris que era como la de los quirófanos, andando con las piernas semi abiertas, llorando. Una se desmayó delante de mí y yo preguntándome ¿pero qué les están haciendo?

Éramos cuatro en una sala. Las cuatro calladas, con lágrimas en los ojos. Pregunto “oye, ¿sabéis como va esto? ¿Os lo han explicado?” Niegan con la cabeza. Otra vez el silencio. Bueno, silencio relativo, porque por toda la clínica tenían puestos altavoces con música a toda hostia y no precisamente música para relajarte, creo recordar que era reggaetón o algo por el estilo. Vamos, que parecía que estábamos en una discoteca, no en la sala de espera para una intervención quirúrgica.

Es mi turno, me llaman. Paso. Me dan una batita de esas verdes y me siento en el potro. Subo las piernas y miro al cielo. Giro la cabeza, derecha e izquierda. Comienzo a llorar. A la derecha estaba la mesita auxiliar con los utensilios para la intervención: una aguja, unas pinzas, un tubo… todos de una longitud de unos 20 cm. Antes me habían comentado que la anestesia era local pero ¿en qué consistía exactamente? ¿Por dónde me van a meter eso? Miro a la izquierda y veo una papelera llena de gasas con sangre. Pero ¿no lo pueden quitar? Son las gasas ensangrentadas de la chica anterior, la que acababa de salir por la puerta gris con las piernas semi abiertas. Y fue ahí cuando el cuerpo se me paralizó. Entra el doctor y una enfermera. Empiezo a preguntar ¿qué me van a hacer? ¿Qué me van a hacer? El doctor poniéndose la mascarilla me ordena que abra las piernas. No puedo. No podía abrirlas. El miedo me invadía. La enfermera me da la mano, se la aprieto fuerte. Comienzo a llorar otra vez. “Si no estás segura te vas a tu casa. Tenemos mucho trabajo”. Esas fueron las primeras palabras que crucé con el médico. Coge la aguja y abro las piernas. Miro al cielo. Intento no pensar, relajarme, miro a la enfermera. Ella eme intenta tranquilizar, me dice que no duele mucho, que solo molesta un poco. Le clavo las uñas, sigo llorando. En ese momento ella era mi ángel de la guarda. La única persona que se preocupó un poco de cómo estaba y me tranquilizaba, básicamente para que no cerrara las piernas.

Desde ese momento, ya todo ocurrió muy deprisa. Cosa de 5 minutos y realmente no duele mucho. Es como un dolor fuerte de regla, nada más. Un dolor que jode pero que es perfectamente soportable. Termina, recoge. Me levanto, me visto y me voy.

¿Tanto les costaba explicarme en qué consistía la intervención? Lo que me iban a hacer, el tiempo, el dolor que iba a sentir… por eso lloré tanto, por la incertidumbre, por el miedo, por la falta de humanización de esos centros. Porque después, realmente no duele tanto. Pero quiero hacer hincapié en que no me estoy sacando una muela, estoy abortando y eso tiene mucha carga emocional. Mucha. Muchísima.

Salgo de la clínica, me compro un paquete de donetes y me acuesto en la cama hasta el día siguiente. Ya ha pasado todo.

2 años después puedo escribir este relato. No he tenido ningún tipo de trauma. No tengo remordimientos ni cargo de conciencia. No me siento mal. Volvería a hacer lo mismo. Simplemente es una experiencia que si ya de por sí no es agradable, no entiendo porque desde las instituciones se empeñan en hacerlo todo más difícil y mas traumático.

Por eso queremos un aborto libre, gratuito y en la sanidad pública. Los abortos se realizan en clínicas privadas. Eso hay que saberlo. Y mucha gente no sabe la que se nos viene encima con el proyecto de ley de Gallardón. No tienen ni puta idea.


Carmela.

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